Mi vida transcurre en un río, cruzando un río, siempre de Buenos Aires a Montevideo, siempre de Montevideo a Buenos Aires. Siempre desde adentro de una pista de baile, pensando en las pistas de baile de la otra ciudad.
Mi vida transcurre mirando un río, mirando la otra orilla, desde una ciudad mirando para la otra, desde un horizonte intentando encontrar el otro horizonte que se acerca, y yo siempre dejándome marear por las olitas del río. Así va y viene mi vida, como esas olitas, siempre revueltas y marrones, siempre desde un puerto embarcando para el otro y desde el otro volviendo para el uno.
Mi vida transcurre entre amigos y familia de acá y de allá, y familias de amigos y amigos de la familia, y siempre hay alguien que me extraña y siempre extraños a los que extraño, y muchas camas y muchos sillones-cama y muchas almohadas ajenas y también muchos zapatos, que se van rompiendo y que se van olvidando en alguna milonga de esta orilla o de la otra, ya ni me acuerdo donde los voy dejando. Y cada vez que termina un tango, en medio de alguna tanda, en esos 12 segundos de charla forzada, ya ni me acuerdo ni donde estoy, si en Buenos Aires o en Montevideo, pero con certeza podríamos decir que estoy a orillas de este río, es un río el que me inunda la vida, el que me la mueve, el que me separa y el que me junta todo, y es el Río de la Plata, y aunque no tiene un carajo de plata y aunque se parece más a un mar que a un río, sigue siendo el mismo, el mismo que paseó a tantos y que juntó a tantos y que cosió tantas historias, desde aquella época, desde mucho antes que el tango, cuando todavía se dibujaban los mapitas a mano, y aunque no les quedaban tan exactos, pucha… qué lindos que les quedaban.