Una de las curiosidades que despertaban comentarios sobre la figura de Di Sarli eran sus anteojos ahumados. Muchos creían que el uso permanente de lentes oscuros, en sus actuaciones, en los ensayos, en la vida cotidiana, eran parte de esa imagen de misterio que intentaba transmitir, otra simple excentricidad.
Ignoraban que escondía detrás de ellos los rastros de un accidente ocurrido a la edad de trece años en uno de sus ojos (sobre el cual hay distintas versiones) que le hizo peligrar la vista e incluso la vida.
Cuenta la historia que en 1930, previo a una actuación en el Café “El Germinal”, uno de los propietarios le exige al Maestro que se quite los anteojos para tocar, por considerarlo inapropiado y de mal gusto.
Ofuscado y sin dar respuesta alguna, Di Sarli suspende la función, abandona el local con toda su orquesta, y huye indignado hacia Bahia Blanca.