Cada noche, al comenzar la milonga, el Doctor Solís le coloca los zapatos a su señora.
Como parte del ritual de todas las noches, los Solís llegan a la milonga temprano, se dirigen rápidamente a su mesa saludando desde lejos a los habitués tempraneros, dejan sus abrigos y se disponen a ponerse los zapatos inmediatamente, no sea cosa de perderse la primer tanda de Donato-Lagos, que bien saben que el DJ reproduce para ellos.
Sin perder el tiempo la señora Solís toma asiento, se descalza dando leves empujoncitos a cada uno de sus zapatos con la punta del pie opuesto, y se cruza de piernas a la espera de su marido.
Con la habilidad de un atleta de 80 años, el Dr Solís saca de su bolsa de zapatos una linterna de excavador, se la coloca alrededor de la cabeza y la enciende con un firme ‘clic’.
Acto seguido se arrodilla en el piso frente a su esposa, apunta con la frente hasta alumbrarla a la altura de los pies y le empieza a colocar sus zapatos de taco – hoy azules con brillitos- con la precisión del grado 5 de oftalmología que efectivamente es.
– ¡Eso es amor! – gritan desde el bar
– ¡Eso es caballerosidad! – afirma el vecino de mesa
– No. Eso es presbicia – replica el Doctor Solís