NO PODES:
Reflexiones sobre el multitasking en el quehacer cultural
“El problema es que no podés ser artista y productor a la vez…”
Así terminó la conversación. Con esta frase lapidaria que tantas veces me hizo dudar de mí mismo, de mi profesión -mis profesiones-, de mis intereses, de mis inquietudes. Uno de esos dogmas prehistóricos que tantas veces hemos escuchado aquellos que nos dedicamos a múltiples actividades, aquellos a quienes nos resulta imposible elegir una única carrera, en una época histórica que permite tantas posibilidades a tanta velocidad.
Muchos gestores culturales llegamos a esta profesión por el camino de las artes. Somos artistas necesitados de ocuparnos personalmente de las partes menos artísticas de nuestro trabajo. Si nos vamos a dedicar de forma profesional a nuestro arte, alguien tiene que venderlo. Tenemos un producto, tenemos el equipo, tenemos todas las condiciones para hacerlo, pero nos falta la cabeza gestora del asunto, esa persona que pueda vender y desarrollar nuestro trabajo para que se vuelva rentable, y así poder dedicarle mayor tiempo y mayores recursos en la cadena interminable de la produccion.
Pero el productor, cuando es buen productor, también cobra. Las relaciones de trabajo por amor al arte, en el arte, suelen durar poco. Y el sueño del productor propio se acaba cuando empezamos a hacer números.
En un panorama en el que los recursos suelen ser escasos, el camino hacia la auto-gestión es prácticamente inevitable. Casi sin darnos cuenta, nos terminamos encargando nosotros mismos de todo lo que envuelve al trabajo artístico. Todos los alambres que lo sostienen, todas las perillas que lo activan, todas las cuerdas que levantan el telón y le regalan al artista su público.
Es así que nos convertimos en hombres y mujeres maravillas. De día trabajamos en gestión, y al caer la noche, cambiamos nuestro vestuario y nos convertimos en los artistas de nuestra propia producción.
¿Pero qué tan sano es esto para nuestra profesión? Durante el proceso de trabajo es muy difícil a veces discernir los límites entre un rol y otro. Los conflictos no demoran en aparecer, y un área de trabajo sistemáticamente condiciona a la otra. Es difícil mantenerse sumergido en el idilio artístico, si no paramos de pensar en la venta. Del mismo modo, es difícil enfocarnos en los presupuestos y en los contratos y en las estrategias de marketing, si la vista se nos pierde en algún rincón del techo, resultado de un lapsus creativo.
La idea habitual es que uno no puede hacerlo.
No… no podemos trabajar de esta forma.
…
Personalmente, he trabajado toda mi vida de esta forma.
Desde mis comienzos como artista, inevitablemente tuve que ser mi propio productor. Esto me trajo un montón de desventajas, pero también me proveyó de un montón de superpoderes nuevos. Me hizo ser critico con mi propio producto artístico, me permitió vincularme con todo tipo de actores dentro del proceso de creación y produccion, me dio una visión mas global de las áreas en las que me desenvuelvo.
Y es que en realidad se puede hacer. Muchos de nosotros encontramos un equilibrio. Todo se trata de establecer un orden, de plantear una rutina de trabajo y respetarla, de ser disciplinado y lograr enfocarnos en una tarea a la vez. La vida profesional se vuelve muy enriquecedora, estimulante y divertida.
Tenemos la fortuna de poder elegir lo que hacemos. Tuvimos la fortuna de poder formarnos tanto en áreas artísticas como en áreas de gestión. ¿Por qué no aprovechar todo nuestro conocimiento?
Por supuesto que al final del camino, si progresamos, podemos apuntar al sueño del productor propio. Me lo imagino caminando a toda prisa por las calles del Centro, con una expresión ridículamente optimista, con pesadas carpetas debajo del brazo, y el viento que le vuela las solapas del saco…
Pero mientras, estamos condenados a ocuparnos de todo. Estamos condenados a cambiar el papel higiénico de nuestros propios espacios artísticos, minutos antes de salir a escena. Estamos condenados a interrumpir un ensayo para atender la llamada de un posible comprador.
Y eso en el fondo no es tan malo. Nos permite escapar, nos obliga a transformarnos todo el tiempo, nos mantiene fuera de la zona de confort. Después de todo, el mundo de hoy nos permite cambiar de profesión casi tan rápido como cambiamos de teléfono celular.