Pienso en Glasgow y veo salpicaduras.

Y es que en Glasgow llueve mucho, y todo esta constantemente salpicado por gotas de agua, de todos los tamaños. El sonido de la ciudad en mi mente es el de las gotas de lluvia golpeando el paraguas, siempre de a una, nunca el estruendo de un diluvio. Son gotas separadas, es una lluvia intermitente, repiqueteante, que no está muy segura del todo si bajar con toda la fuerza o parar. Es una lluvia titubeante, pero fresca, muy fresca, porque viene de las montañas verdes que son el paisaje de Escocia.

Por eso pienso en Glasgow y pienso en salpicaduras. Todo está siempre salpicado de agua de lluvia, los paraguas, los cordones de las veredas, las puntas de las botas de las mujeres. Y siempre hay charcos para esquivar. Pero todo es muy limpio, la lluvia está constantemente limpiando todo y refrescando la tarde. La ciudad se lava la cara varias veces al día. Se ve fresca y tranquila.

Glasgow es verde y fresca. Las plantas de las macetas crecen fuertes y frondosas, los canteros de pasto son estupendamente verdes, y hay una hermosa luz constantemente iluminándolo todo, como esa luz previa al atardecer que hace que todo se vea mejor. Porque es una ciudad petisa. Hay mucho cielo y mucha luz. Y el cielo, aunque está cubierto casi siempre de lluvia, tiene nubes poco espesas y siempre descubre algún espacio celeste entre las mismas.

El color de los edificios es muy particular. Es terracota, color ladrillo, rojizo, profundo, y claramente afectado por la humedad y la lluvia constante. Las texturas de las fachadas son rugosas por el tratamiento que se le da a sus bloques de piedra. Esto le da a la ciudad un aire añejo, señorial, de historia de larga data. Hay una hermosa y calma coherencia en toda la estética de su arquitectura. Es cálida, de escala humana, pero a la vez impone respeto. Y está en perfecta armonía con el verde de sus frondosos parques.

El subte en Glasgow es un verdadero trencito de juguete. Es el subte mas pequeño y simple que haya visto en mi vida. Es muy pequeño, por eso parece de juguete. Una persona de estatura media tiende a agacharse para entrar. Al verlo venir uno siempre se pregunta si entrará allí. Pero siempre hay espacio para sentarse y uno siempre se siente como en su casa. En cada estación la voz del chofer anuncia por radio la próxima estación, seguido de un “please mind the gap”, y el sonido es sucio y electrónico como el de un robot de juguete de los ochenta.

Y todos los trenes van para todas las estaciones, porque es un circuito circular. Hay un anillo interno y otro externo. Eso hace todo mas fácil y amable.

La sensación al bajar una tarde al subte luego de dar unas clases y dirigirme hacia la casa, es la sensación de estar yendo para mi casa. Incluso mas. La sensación es la de estar ya en casa. Las mujeres con sus largos chaquetones negros cierran sus paraguas y entran a esperar el subte, y es reconfortante verlas yendo para sus casas. La gente es muy amable todo el tiempo y la atmósfera es tranquila. Se vive en paz, se vive bien, a pesar de la lluvia.

En la casa de Vanessa y Philip, recuerdo el olor del baño. Es olor a humedad, pero de la rica. No es esa humedad vieja que sale de las paredes echadas a perder. Es humedad pesada, nueva, en el aire, recién preparada. Es el olor del piso de madera mojado. Es el olor de un baño con piso de madera mojado. Me doy dos duchas calientes por día si puedo.