Vengo de Uruguay, y allá se mira con gran admiración al Mundial de Tango. Se lo ve como la instancia de mayor trascendencia en lo que al tango se refiere. En muchos casos, al menos.

Pero el tango (como leí alguna vez por ahí en algún cartel), es mucho mas que un Festival en agosto, y ahi está lo interesante.

Acá, y también allá, el tango ocurre todo el tiempo, todo el año, en los sótanos y en los altillos más ridículos e incómodos de la ciudad. En milongas pequeñas, en las casas de los milongueros, en algunas calles, en todos los barrios, todo el día y toda la noche, se mantiene vivo por estas personas que, muchas veces sin saberlo, mantienen prendida la antorcha de la tradición y se la van pasando unos a otros con un simple gesto de amor puro, inconsciente, irracional. Estas son las personas que mantienen vivo el tango.

Que viva el Mundial, si, una instancia que siempre es buena para el crecimiento personal y profesional, lo digo de verdad, una instancia que a los bailarines nos da visibilidad y nos obliga a encerrarnos a trabajar con la excusa de la competencia y del juego. Eso siempre implica un crecimiento positivo y una gran oportunidad para los que trabajan. Que viva el mundial, si. Pero que vivan también las milongas, los milongueros, la mugre de los otros espacios de tango, su aroma a comida casera, sus milongueros mal vestidos, la mezcolanza de personajes dudosos, el sonido imperfecto de los parlantes, los tablones rotos en la pista emparchados con un cacho de cinta pato, los frascos de vidrio que se usan como vasos, el olor a pucho, las carcajadas que interrumpen a los bailarines, los choques en la pista, la mugre, el barro, todo eso de lo que siempre hablamos cuando hablamos de tango mientras nos lustramos los zapatos y nos ajustamos el nudo de la corbata.

Una cosa no quita la otra, por supuesto. Pero lo que quiero decir es: no olvidemos de dónde venimos. Aplausos para el Festival, si, y en especial para todos aquellos que compiten y dejan todo en cada ronda, pero aplausos de pie también para aquellos que verdaderamente mantienen vivo el tango, entre los meses de setiembre y julio desde el año del pedo.