Tuvieron que transcurrir sesenta y cinco años para que Osvaldo Pugliese lograra pasar de las tablas del peor bar de Buenos Aires al escenario del mejor teatro de Sudamérica.

Sesenta y cinco años desde las primeras presentaciones de Osvaldo Pugliese, quien contaba con apenas quince años y ya tocaba el piano en un trío que se ganaba sus jornales en un bar de mala muerte llamado “Café de la Chancha”, nombre que hacia referencia a la mugre del lugar y de quien lo atendía.

Sesenta y cinco años, y finalmente lo encontraríamos tocando en un lugar que jamás el tango había alcanzado: el gran Teatro Colón de Buenos Aires.

Este sitio estaba hasta el momento reservado casi exclusivamente para música y lírica clásica y expresiones artísticas no populares. Aquella noche de 1985 se le dio acceso al tango, se lo llevó desde los barrios más bajos hasta uno de los más prestigiosos teatros del mundo.

El maestro abrió la noche y dio la bienvenida a su público con el tango “Arrabal”, como un manifiesto, como un grito de guerra, como una tarjeta de presentación: el arrabal acababa de conquistar el Colón.

Es así que el pueblo junto a Pugliese logra ingresar a los circuitos artísticos mas elevados, y del mismo modo, en cada composición, sus tangos logran que la fuerza arrabalera del compás se fusione con el virtuosismo y la expresividad musical y con el fino gusto de las “clases altas”.

Como un pueblo que apunta al progreso y sueña ascender, sus tangos apuntan a un nuevo oído y a una nueva era, conservan lo esencial y lo dotan de exquisita y refinada expresividad.

De eso se trata su obra y los tangos que todavía hoy bailamos.