A principios del SXX los estudiantes de todas las universidades porteñas organizaban fiestas para el día de la primavera. Una de las facultades que más relevancia le otorgó a estas fiestas fue la de medicina, la cual en 1914 realizo su primer “baile del internado”. La música de moda para el público joven era el tango, y por lo tanto el vínculo de estas fiestas con los grandes músicos de tango de la época fue muy estrecho. 

La orquesta de Canaro fue la que inauguró el primer baile del internado, en el Palais de Glace. Fue allí donde Pirincho empuñó la batuta por primera vez. Cuenta en sus propias memorias al respecto:

«En dichos bailes los practicantes rivalizaban en el afán de hacer las bromas más grotescas y espeluznantes que pueda uno imaginarse. Hubo casos en que a los cadáveres de la morgue les cortaban las manos y luego, disfrazándose con sábanas, en forma de fantasmas y con unos palos a manera de brazos, ataban esas manos yertas, heladas y se las pasaban por la cara a las mujeres, con el efecto que es de suponer. Otro caso patético fue comentado y se hizo famoso: en un palo, con dos sábanas a modo de disfraz, pusieron la cabeza frapé del italiano. Fue una broma demasiado macabra; las mujeres horrorizadas disparaban en todas las direcciones muertas de miedo.»

Durante 11 años, en cada uno de estos bailes, desfilaron las más importantes orquestas de tangos y se estrenaron gran variedad de importantes piezas, que hasta el día de hoy bailamos, como “El estagiario”, “El once”, “Matasano” o “El internado”.

También nacieron aquí muchos de los títulos mas bizarros que podemos encontrar en cualquier discografía de tango: “El serrucho”, “El termómetro”, “El anatomista”, “El bisturí”, “Cura segura”, “Ojo clínico”, “Aquí se vacuna”, “Cloroformo”, “La muela careada”, “El frenopático”, entre otros de lo más bizarros.