A veces siento que no sé viajar.

No sé hacer nada de lo que hacen las personas que viajan.

No sé sacarme selfies con edificios de fondo. No sé escribir crónicas de viaje. No sé comer la comida típica del lugar.

No sé hacer colas de tres horas y media para entrar a un museo que ni siquiera sé lo que tiene. No sé publicar en Facebook esos mapitas en los que se muestra con una línea de puntos hacia dónde estoy viajando.

No sé consumir en los aeropuertos.

No sé colgarme la cámara al hombro, ni usar gorro con visera, ni lentes de sol, ni todo a la vez. No sé pedirle a una persona por la calle que me saque una foto. No sé interferir las ciclovías sistemáticamente. No sé buscar wifi cada tres minutos.

No sé muy bien por dónde entrar a la oficina de Información turística. Tampoco sé hacer videitos en la plaza central. Y no tengo la menor idea de cómo subirme al Bus Turístico.

No sé ir de shopping el último día para comprar regalos. No sé comprar llaveros, no sé comprar mapas, no sé comprar imanes de heladera y no sé comprar souvenirs en los gift shops. No sé comprar nada.

No sé bloquear la vía pública en masa. Tampoco sé contratar guías turísticos, ni sé tirar moneditas a la fuente, y mucho menos sé googlear las diez cosas imperdibles de tal ciudad.

No sé alquilar esos cosos motorizados de dos ruedas con un volantecito en los que la gente va parada. Ya ven… no sé ni cómo se llaman.

He tenido la fortuna de poder viajar mucho a lo largo de mi vida, pero a veces veo a la gente cuando viaja y siento que no sé viajar.

Solo sé perderme en las calles de la ciudad. Solo sé parar y escuchar el sonido de un pájaro extraño durante horas. Solo sé caminar por la feria de pulgas y respirar el olor de los libros viejos.

También sé tomarme un café en cada cafetería que encuentro. Y sé muy bien cómo buscar milongas cada noche para abrazar personas desconocidas de distintos países.

Solo sé meterme en parques y buscar el lugar en donde el ruido de los autos no se escucha. Solo sé conseguir a alguien que me preste una bicicleta para pasear.

Solo sé meterme en los subtes y observar a las madres con sus niños. Y sé muy bien cómo esperar la siguiente luz verde de un semáforo para ver pasar el tranvía de nuevo.

Solo sé viajar nueve horas en bus a la próxima ciudad, por el simple placer de mirar un país entero por la ventana.
Solo sé rellenar mi botella de plástico en los bebederos públicos. Solo sé imaginarme mil historias sobre como seria vivir ahi.

Solo he sabido conocer algunas pocas personas muy especiales.

Podríamos decir que lo único que sé es vivir experiencias comunes, no demasiado especiales, para luego tergiversarlas y ensancharlas y convertirlas en grandes historias que me cuento a mi mismo y que luego le cuento a los demás y que de pronto se vuelven relatos extraordinarios.

Eso es lo único que sé hacer cuando viajo.

A veces, sinceramente, siento que no sé viajar.