El señor Miraflores tiene una relación con su ventilador.
Hace ya cuatro meses que viven juntos y su historia es una verdadera historia de amor a primera vista. Lo encontró a fines de noviembre, en una subasta de garage en el centro del pueblo. El señor Miraflores se encontraba en su habitual paseo vespertino por los alrededores de la plaza, y lo vio, allí parado en segunda fila, detrás de un tocadiscos con casetero.
Era un modelo Punktal 33270, de pie, del año noventa y cuatro. El ventilador se encontraba parado, muy erguido, regulado al máximo de su altura. El sol le iluminaba las aspas y su rejilla protectora no mostraba el mas mínimo rastro de deterioro. El señor Miraflores lo compró al módico precio de doscientos veinticinco pesos.
Todos los mediodías lo saca a pasear en su automóvil azul y lo lleva a hacer las compras junto a él. Compran pan y leche para la merienda y vuelven rápidamente a casa, antes de que el sol llame a la siesta.
Sin embargo, las cosas no han ido demasiado bien últimamente. Al principio si, al principio dormían juntos en la misma habitación. Se pasaban largas horas juntos, el señor Miraflores conversando, y el ventilador soplando en las cálidas noches de enero. Pero últimamente no, el otoño ha complicado las cosas. Ultimamente Miraflores siente que ya no lo necesitan, y hasta resulta incomodo tenerlo prendido.
Para no ser del todo rudo, todavía lo sigue sacando a pasear en su auto azul. El problema es que ahora su ventilador va mirando por la ventana, dandole la espalda, como ignorándolo al señor Miraflores. Con la ventanilla abierta, asomado su cabezota y sus helices por la ventana, con el viento en la cara, como añorando las épocas en que el señor Miraflores lo encendía, y se pasaban toda la noche juntos, solos los dos.