1924: Canaro estaba insatisfecho. Otra vez.
Pese al rotundo éxito de su orquesta, sentía que a su música le faltaba algo.
Todas las orquestas típicas, incluida la suya propia, tenían repertorios exclusivamente instrumentales. Las voces en el tango estaban a cargo de los cantores solistas, que se acompañaban de sus propios tríos o de alguna guitarra. Los mundos de la orquesta y del cantor de tangos eran paralelos y distantes.
Fue así que Pirincho tuvo la osadía de juntar estos dos mundos. Se le ocurrió incorporar a un cantor a su orquesta, pero no como figura fundamental, sino como un instrumento más, que hiciera su solo en una pequeña parte del tango. Convocó así a Roberto Díaz e hizo una prueba. Le hizo cantar únicamente el estribillo del tango “Asi es el mundo”, de Mario Canaro, y le resultó muy bien.
Dio así comienzo a la era de los estribillistas, o “chansonniers”, cantores de tango que sólo cantaban el estribillo de las canciones, obteniendo un enorme éxito. Inevitablemente, con el paso del tiempo, todas las orquestas los incorporaron y los distintos sellos discográficos contrataron los suyos propios.
Estos estribillistas fueron los olvidados antecesores de los grandes cantantes de tango que vendrían posteriormente y que se rodearían de fans, se peinarían con gomina y se robarían el protagonismo del director de orquesta.
Pese a su aceptación y posterior suceso, estos estribillistas tuvieron que enfrentarse a las adversidades y a las limitaciones de las primeras épocas. Al tocar en vivo, y a falta de micrófonos electrónicos, sus voces se perdían entre los sonidos de la orquesta y el tumulto de la gente en la milonga, hasta hacerse casi inentendibles.
Fue así que algunos directores recurrieron al uso de megáfonos de hojalata o cartón para las actuaciones en vivo, olvidando las terribles consecuencias estéticas que esto provocaba en la figura del pobre cantor.