En esta esquina se siente particularmente el pasaje del tren por abajo de la tierra. Vibra el piso y la silla y la mesa, y hasta el cafecito dibuja sus ondas circulares concéntricas en cada oportunidad.

Puedo ver un pedazo de cielo muy azul desde donde estoy. El sol me entibia la espalda a través del ventanal del bar, y me recuerda que el otoño en la ciudad no es tan frío.

Me pongo a trabajar.

Dos minutos para el próximo tren.